Comentario
Entendemos por población oriental aquella compuesta por individuos de origen sirio y griego, aunque trataremos también en este apartado la llegada de población procedente del norte de Africa. Para el estudio de estos diferentes grupos sociales, tanto las fuentes textuales como las arqueológicas y epigráficas son muy parcas y la literatura histórica actual arrastra una serie de tópicos ya clásicos en la historiografía. El conjunto de datos que se poseen no permiten en realidad aportar conclusiones generales. Así, por ejemplo, de la presencia de una inscripción en griego, no podemos deducir que en el lugar de hallazgo existiese una comunidad de origen oriental. Teniendo en cuenta estas puntualizaciones y la problemática planteada en el capítulo sobre el comercio mediterráneo, expondremos a continuación algunas de las particularidades de la población oriental y africana.
Estas comunidades orientales y africanas fueron floreciendo a partir del Bajo Imperio. Eran núcleos que vivían esencialmente en los enclaves urbanos con puertos marítimos o fluviales de la Tarroconensis, Carthaginensis y de la Baetica, existiendo también algunos documentos puntuales en la Lusitania. El mayor número de documentos para reconstruir la presencia de comunidades de origen oriental lo encontramos por tanto en la costa mediterránea y en el sur de la Península. Entre los núcleos conocidos por el momento destacan ciudades como Narbo (Narbona) al norte de los Pirineos, Tarraco (Tarragona) y Dertosa (Tortosa) en la costa de la Tarraconensis, Ilici (Elche) y Carthago Spartaria (Cartagena) en el litoral de la Carthaginensis. En lo que a la Baetica se refiere existieron varias comunidades importantes situadas en la costa como son Malaca (Málaga) y Carteia y en el valle del Guadalquivir aparecen los importantes grupos de Hispalis (Sevilla) y Corduba (Córdoba), sobre los que volveremos, además de Astigi (Ecija). Por último, en la Lusitania deben ser mencionadas Emerita Augusta (Mérida), Myrtilis (Mértola), Olisipo (Lisboa) y Turgalium (Trujillo).
A estas comunidades de origen oriental, la bibliografía actual les otorga el nombre de colonias puesto que estaban dedicadas fundamentalmente a las actividades comerciales establecidas con el Oriente mediterráneo y el norte de Africa. Las relaciones comerciales, la llegada de diferentes productos (tejidos, particularmente las sedas y el lino, además de marfiles, papiros, algodón, vidrios, púrpura, especies, etc.), a la vez que la onomástica reflejada en la epigrafía, son en este sentido muy esclarecedoras. Cabe resaltar, también, que debido a que se trata de comunidades dedicadas al comercio, en muchos casos la localización se superpone a la de las comunidades judías, puesto que éstas estaban también, frecuentemente, dedicadas a actividades similares. Sin embargo, tal como veremos, se conocen mucho mejor los núcleos de población judía que los de origen oriental. Por otra parte, algunos autores han querido identificar a los monetarii, profesionales dedicados a la acuñación de moneda, con individuos de origen oriental, establecidos en los núcleos urbanos que hemos ido citando. Si bien es cierto que existen ciudades que fueron cecas durante todo el reino visigodo, como por ejemplo Tarraco (Tarragona), Caesaraugusta (Zaragoza), Hispalis (Sevilla), Corduba (Córdoba), Emerita Augusta (Mérida) y Toletum (Toledo), también lo es que existieron otras muchas cecas, en las que en ningún momento se han detectado comunidades de origen oriental.
El rasgo característico de la población oriental es, por tanto, su actividad comercial, pero existe otro también importante para comprender las grandes diferencias existentes entre los hispanorromanos, los visigodos y los orientales. Nos referimos a la religión. Estas comunidades siguieron practicando el paganismo, marcado por la idolatría, las supersticiones, la magia y la adivinación. Aunque las prácticas paganas no fueron exclusivas de estos grupos poblacionales, sino que también se detectan en enclaves donde la romanización había causado menos impacto. Así, destacaron hasta tiempos muy tardíos, por su residuo de paganismo, algunas zonas poco permeables, como por ejemplo la Gallaecia y el territorio de los vascones. Cabe también señalar que si bien desde el punto religioso existían claras diferencias entre los grupos poblacionales, a nivel legislativo, las comunidades orientales no quedaban diferenciadas de los romanos, aunque sí de los visigodos.
Anteriormente decíamos que Hispalis (Sevilla) era una de las ciudades donde se detecta una comunidad de origen oriental existente, al menos ya, desde el siglo III d.C. Efectivamente, Hispalis fue uno de los enclaves con abundante presencia de individuos orientales y judíos todos ellos dedicados al comercio, a la vez que existía una importante comunidad cristiana -que se remonta a los principios del cristianismo de la Baetica- protegida por sus dos mártires Justa y Rufina. Recordemos que éstas fueron martirizadas en época de Diocleciano por enfrentarse a la comunidad oriental siria el día de las fiestas dedicadas a las divinidades sirias Adonis-Salambó. El auge del cristianismo y la presencia martirial, con todo lo que ella comporta, no eliminó la colonia de origen oriental que detentaba en Hispalis la actividad comercial.
Otra de las comunidades orientales importantes, junto con Hispalis y Astigi (Ecija), a las que hacíamos alusión, se situó en Corduba (Córdoba). La presencia de estos orientales se vio favorecida por un activo comercio debido a la ruta fluvial del Baetis (Guadalquivir). Griegos y sirios están documentados ya desde antiguo, pero su testimonio se hace particularmente relevante a partir del siglo V d.C.
Sin embargo, hemos de resaltar que la mayor comunidad oriental se hallaba en Emerita Augusta (Mérida), puesto que tanto las Vitas sanctorum patrum Emeretensium como las inscripciones inciden sobre este respecto. A Mérida llegaban los productos venidos de Oriente y comercializados, con mucha seguridad, por mercaderes orientales. El obispo Paulo era médico de profesión y de origen griego; hasta él llegó un grupo de mercaderes de su país que traían como empleado a un muchacho, Fidel, que resultó ser el sobrino del propio Paulo y su sucesor en la sede episcopal. Por otra parte, durante el exilio de Masona, ocupó su lugar Nepopis, nombre de origen egipcio.
En otro orden de cosas y pasando ya a la población africana, existieron durante toda la época romana abundantes relaciones entre Hispania y las diferentes provincias de Africa. Estos contactos los conocemos esencialmente gracias a las relaciones comerciales que se establecieron entre ambas costas y la llegada de variados productos, como por ejemplo sarcófagos y cerámicas. La creación en el norte de Africa de un nuevo reino -el vándalo- tras la toma de Cartago el 19 de octubre del año 439, ocasionó, entre otros muchos fenómenos, abundantes migraciones y exilios. El territorio ocupado por los vándalos se extendió por la Proconsular, la Bizacena y la parte noroeste de la Tripolitania. El reparto de tierras establecido por Genserico obligó a huir a una gran parte de la población, incluidos los propietarios de grandes extensiones de tierras dedicadas a la explotación agrícola y ganadera. A estos exiliados pertenecientes a la población civil se sumaron también algunos elementos de las jerarquías eclesiásticas. La mayoría de refugiados se dirigieron hacia Numidia y la Mauritania Cesariana. Otros se refugiaron en Italia, Oriente e Hispania. Nuevas oleadas de refugiados se sucedieron con la subida al trono de Hunerico y particularmente a partir del año 481 a causa de la inestabilidad provocada por la sucesión monárquica. El flujo de refugiados africanos fue continuado incluso durante el dominio bizantino, particularmente a mediados del siglo VII, cuando la presión musulmana era cada vez más fuerte. El conjunto de datos que sobre esta problemática se tiene es de orden histórico, pero en nada ayuda la arqueología. El establecimiento de estos recién llegados nos es desconocido, pero es probable que se refugiaran en núcleos urbanos donde la pluralidad poblacional era efectiva, y no en enclaves de difícil acceso o poco romanizados.
Dos episodios pueden aducirse sobre la presencia de estos refugiados, uno de las citadas Vitas de Mérida, donde llega un tal Nanctus, que viaja desde Africa a la Lusitania y termina por presentarse en la basílica de Santa Eulalia. El otro es el famoso pasaje de Ildefonso de Toledo en su De viris illustribus (III) sobre el monje Donato:
"Donato, monje por vocación y devoción, se dice que había sido discípulo de cierto eremita en Africa. Este, al darse cuenta de que la violencia de los pueblos bárbaros amenazaba y teniendo un gran temor por la dispersión de las ovejas y los peligros de la grey de los monjes, se trasladó a Hispania por transporte marítimo, con aproximadamente setenta monjes y muchos códices literarios".